April 24, 2014 12:00 am •
El pasado lunes 21 de abril asistí al seder, una ceremonia de la Pascua de los judíos. En el Templo Emanu-El, en North Country Club Road, cerca de East Broadway, unos 200 tucsonenses, no todos judíos, recordaron la ancestral historia del éxodo de judíos de la esclavitud de Egipto.
Es una historia de supervivencia y triunfo. Es una historia universal que ha sido vista y narrada por más de tres mil años, cuando los judíos, que una vez fueron esclavos, vagaron por el desierto para conseguir su libertad.
Sin embargo, nosotros no tenemos que voltear a la historia antigua para recordar el éxodo. Hoy en día, aquí en nuestro desierto, seguimos atestiguando historias de supervivencia y, desgraciadamente, de muertes de seres humanos que iban en busca de su libertad.
La ceremonia fue auspiciada por el Templo Emanu-El y por Humane Borders, un grupo de voluntarios basado en Tucsón que se esfuerza en prevenir muertes de inmigrantes colocando barricas de agua en el desierto. Crear la conexión entre esa histórica experiencia judía y nuestras historias actuales no fue nada difícil.
Ahí nos recordaron una de las más grandes enseñanzas judías: “Salvar una vida está en el corazón mismo de nuestra fe”.
Pero ese mandato trasciende a la fe judía. Es central en mi fe cristiana; no hacer nada para prevenir las muertes de migrantes en nuestro desierto viola nuestros valores fundamentales, ya sean cristianos, judíos o basados en cualquier otra fe religiosa.
El rabino Samuel Cohon, del Templo Emanu-El, condujo el servicio de oración. Reconoció que él también necesitaba saber más sobre la difícil situación de los migrantes que cruzan la frontera y de la necesidad de hacer más por prevenir sus muertes.
No es el único. De hecho, la inmensa mayoría de los tucsonenses y de los habitantes del Sur de Arizona son indiferentes a las muertes de los migrantes. Puede ser que nos conmueva cuando escuchamos o leemos sobre la muerte de un hombre, una mujer, un niño, pero no nos mueve lo suficiente como para hacer algo. Grupos como Humane Borders, No más Muertes y Samaritanos han existido desde hace unos 10 años en Tucsón. Los voluntarios se han desplegado por los campos de la muerte cerca de Arivaca, Sásabe y la Nación de los Tohono O’odham para rescatar a migrantes.
Pero los voluntarios son pocos y los grupos viven con escasas donaciones. Más aún, la mayoría de los voluntarios no son latinos, a pesar de que los migrantes que cruzan la muerte son latinos por mayoría abrumadora.
El silencio de la comunidad latina del Sur de Arizona puede escucharse a través de las rocas escarpadas, las duras montañas, en los estrechos arroyos, donde la gente de México, Honduras, Guatemala y otros países está enterrada. Aun así, en nuestra comunidad latina quizá conozcamos a una familia que perdió a un ser querido mientras cruzaba el desierto. Hemos visto en televisión reportajes en los que agentes de la Patrulla Fronteriza y personal médico recogen cuerpos devastados por la deshidratación y las heridas. Hemos visto películas de ficción basadas en experiencias reales de familias viviendo su duelo frente a cuerpos fantasmas que nunca serán hallados.
¿Nuestra respuesta? Sacudimos la cabeza y murmuramos: “Pobres”.
Les dejamos a otros la tarea de prevenir muertes. Nos decimos a nosotros mismos que esas muertes no son problema nuestro y castigamos a los muertos por haber intentado cruzar la frontera en busca de una vida mejor y de la reunión familiar.
Tristemente, los vivos traicionamos a los muertos y a sus familias.
Sin embargo, en la ceremonia nos recordaron que nuestra grandeza como comunidad, como país, no se mide por la cantidad de dinero que tenemos ni por el número de soldados uniformados, tampoco por cuántas grandes universidades hemos construido.
No, nuestra grandeza como comunidad se mide a través de nuestra compasión, del humanismo con el que tratamos a los demás, especialmente a los pobres, a los desprotegidos, a los adultos mayores y a los niños, y a los inmigrantes que cruzan nuestro desierto.
En la fe judía, el profeta Elijah regresa en cada generación vestido como el oprimido para comprobar si se le da el trato digno de un ser humano.
Elijah sigue esperando.
Es una historia de supervivencia y triunfo. Es una historia universal que ha sido vista y narrada por más de tres mil años, cuando los judíos, que una vez fueron esclavos, vagaron por el desierto para conseguir su libertad.
Sin embargo, nosotros no tenemos que voltear a la historia antigua para recordar el éxodo. Hoy en día, aquí en nuestro desierto, seguimos atestiguando historias de supervivencia y, desgraciadamente, de muertes de seres humanos que iban en busca de su libertad.
La ceremonia fue auspiciada por el Templo Emanu-El y por Humane Borders, un grupo de voluntarios basado en Tucsón que se esfuerza en prevenir muertes de inmigrantes colocando barricas de agua en el desierto. Crear la conexión entre esa histórica experiencia judía y nuestras historias actuales no fue nada difícil.
Ahí nos recordaron una de las más grandes enseñanzas judías: “Salvar una vida está en el corazón mismo de nuestra fe”.
Pero ese mandato trasciende a la fe judía. Es central en mi fe cristiana; no hacer nada para prevenir las muertes de migrantes en nuestro desierto viola nuestros valores fundamentales, ya sean cristianos, judíos o basados en cualquier otra fe religiosa.
El rabino Samuel Cohon, del Templo Emanu-El, condujo el servicio de oración. Reconoció que él también necesitaba saber más sobre la difícil situación de los migrantes que cruzan la frontera y de la necesidad de hacer más por prevenir sus muertes.
No es el único. De hecho, la inmensa mayoría de los tucsonenses y de los habitantes del Sur de Arizona son indiferentes a las muertes de los migrantes. Puede ser que nos conmueva cuando escuchamos o leemos sobre la muerte de un hombre, una mujer, un niño, pero no nos mueve lo suficiente como para hacer algo. Grupos como Humane Borders, No más Muertes y Samaritanos han existido desde hace unos 10 años en Tucsón. Los voluntarios se han desplegado por los campos de la muerte cerca de Arivaca, Sásabe y la Nación de los Tohono O’odham para rescatar a migrantes.
Pero los voluntarios son pocos y los grupos viven con escasas donaciones. Más aún, la mayoría de los voluntarios no son latinos, a pesar de que los migrantes que cruzan la muerte son latinos por mayoría abrumadora.
El silencio de la comunidad latina del Sur de Arizona puede escucharse a través de las rocas escarpadas, las duras montañas, en los estrechos arroyos, donde la gente de México, Honduras, Guatemala y otros países está enterrada. Aun así, en nuestra comunidad latina quizá conozcamos a una familia que perdió a un ser querido mientras cruzaba el desierto. Hemos visto en televisión reportajes en los que agentes de la Patrulla Fronteriza y personal médico recogen cuerpos devastados por la deshidratación y las heridas. Hemos visto películas de ficción basadas en experiencias reales de familias viviendo su duelo frente a cuerpos fantasmas que nunca serán hallados.
¿Nuestra respuesta? Sacudimos la cabeza y murmuramos: “Pobres”.
Les dejamos a otros la tarea de prevenir muertes. Nos decimos a nosotros mismos que esas muertes no son problema nuestro y castigamos a los muertos por haber intentado cruzar la frontera en busca de una vida mejor y de la reunión familiar.
Tristemente, los vivos traicionamos a los muertos y a sus familias.
Sin embargo, en la ceremonia nos recordaron que nuestra grandeza como comunidad, como país, no se mide por la cantidad de dinero que tenemos ni por el número de soldados uniformados, tampoco por cuántas grandes universidades hemos construido.
No, nuestra grandeza como comunidad se mide a través de nuestra compasión, del humanismo con el que tratamos a los demás, especialmente a los pobres, a los desprotegidos, a los adultos mayores y a los niños, y a los inmigrantes que cruzan nuestro desierto.
En la fe judía, el profeta Elijah regresa en cada generación vestido como el oprimido para comprobar si se le da el trato digno de un ser humano.
Elijah sigue esperando.